Hoy quiero hablaros de aquellas heridas de la infancia que pueden marcar mucho nuestra personalidad como adultos.
Si has leído mi artículo anterior («Cuando una tirira no cura una herida«) podrás entender un poco más desde donde parto para escribir este. Si no lo has leído te recomiendo que lo hagas por que te ayudara a comprender mejor lo que expongo a continuación.
En ese artículo os hacía referencia a dos tipos de problemas o dificultades;
- Aquellos que hacían referencia a los problemas digamos, mas del día a día donde, la falta de herramientas adecuadas son las que, quizás, nos hace no poder superar determinadas cosas.
- Aquellos problemas que provenían de raíces mas profundas y que necesitaban de una cura más importante.
En este articulo voy a centrarme en los segundos.
La profundidad de la raíz del problema
La raíz de problema cuanto mas profunda y por ende, también, más antigua, más difícil es de erradicar por que mas agarrada esta a nuestro ser y, en muchas ocasiones, ha sido parte de la base que ha configurado nuestra personalidad.
Los malos tratos en la infancia, los abusos, las perdidas tempranas en edades donde muchas veces ni si quiera se entiende lo que está sucediendo, son circunstancias que se agravan cuanto más jóvenes se han padecido.
Hay gente que tiene la idea de que aquello que sucede entre los 0 y 3 años (donde se presupone que no tenemos recuerdos ya que la memoria empieza a ser mas real a partir de esa edad) no afectan a la persona. Sin embargo, siento decir que afectan y mucho y además por esa falta de recuerdos y a veces de total información se complica bastante el proceso terapéutico.
Una cosa es no acordarte de algo y otro no haber sufrido ese algo. Que no recuerdes algo no implica que tu cuerpo/mente no lo recuerde, simplemente no eres consciente de ello. Puedes no ser consciente de cabeza, pero sí de emociones, sentimientos, dolores…a los cuales no sabes darle explicación pero que están ahí y denotan que algo pasa.
Por otro lado, cuando ya se tiene mas edad la persona suele recordar, al menos en parte, los acontecimientos que le sucedieron y muchas veces ese simple recuerdo ya es suficiente para provocar malestar. Si además durante aquellos sucesos se produjeron patrones de personalidad en nosotros ya no solo hablamos de un recuerdo sino de algo que hemos hecho nuestro.
La configuración de nuestra personalidad
Algo que debemos de tener en cuenta es que cuando somos niños nuestros referentes son las personas que nos rodean, desde nuestra familia a esa persona que ese día paso a nuestro lado. Somos esponjas y vamos configurando nuestra personalidad en función de lo que nos va sucediendo y de lo que vamos interpretando como correcto, lógico y/o normal. La personalidad, tiene, claramente, un componente genético que no podemos cambiar, pero también lo tiene social y ambiental y ahí es donde entran las interacciones que con el entorno se tengan, así como el entorno en sí mismo.
La personalidad se forja en la niñez; se adquieren patrones de conducta, de pensamientos, de cultura…cuando somos pequeños no cuestionamos nada, simplemente “copiamos” lo que vemos, sentimos u oímos a nuestro alrededor. Con todo esto quiero destacar una idea: cuando somos niños no podemos elegir ni la familia que nos toca, ni el entorno, ni la situación, ni muchas otras cosas más. Nos viene lo que en suerte o desgracia nos haya tocado que nos venga. Afortunadamente todo esto cambia cuando somos adultos donde la elección pasa a ser nuestra.
Cuando se han vivido situaciones difíciles como las antes descritas (abusos, maltrato, perdidas familiares, bullying….) nuestros patrones de personalidad se van a configurar en torno a esos sucesos y a la manera en que se hayan enfrentado dichos sucesos.
¿Qué quiero decir con esto? Bueno, no todas las personas que sufren una infancia disfuncional son disfuncionales en una edad adulta. Esto se da porque en su momento o quizás posteriormente la forma de enfrentarse a esas situaciones alivió o mejoró las situaciones vividas. No es lo mismo que se te muera tu madre, pero cuentes con el apoyo de tu padre y el resto de tu familia a que se te muera tu madre y tu familia te dé de lado. El hecho primigenio es el mismo, las consecuencias para la adquisición de los patrones de conducta de la persona claramente no. En ambas situaciones se podrían dar esquemas funcionales o disfuncionales, pero sea como fuere esta claro que serian patrones, al menos en inicio, diferentes.
Muchas veces el devenir de la vida va ayudándonos a colocar lo que en nuestra infancia pudiera suceder, las cosas que van sucediendo y nuestra capacidad personal nos va ayudando a reinterpretar muchas de las cosas y a ser capaces de ir modificando muchos de los aprendizajes que tuvimos en la infancia. Pero muchas veces esto no sucede y no logramos, al menos por nosotros mismos, modificar y a veces ni tan si quiera conocer de donde vienen esos “rasgos” o esas “actitudes” que, sin poder desprendernos de ellas, no nos permiten ser felices.