Muchas de las ideas de mis artículos surgen de las inquietudes de mis pacientes o de mi entorno más cercano. De ahí parto para el artículo de hoy donde quiero hablaros de la familia pero desde una perspectiva que igual no esperáis y puede sorprenderos.
En este articulo voy a hablar de algo muy concreto en referencia a este tema. El punto de vista desde el que hablo hoy es del de las personas que sienten culpabilidad o incomprensión (más en estas fiestas navideñas donde se hace más patente) cuando comentan que no quieren o aprecian a algún miembro de su familia.
En estas fiestas, estas cuestiones se multiplican y generan un malestar en las personas que es muy doloroso. Compartir mesa con algunos familiares es un infierno para mucha gente y además muchas veces nadie entiende ese infierno y se les cataloga como “malas personas” por no cumplir, digamos, lo que la sociedad demanda.
No es nada raro no querer a una madre o a un padre, quizás un hermano, una abuela o un tío. Sin embargo, socialmente está muy mal visto y muchas personas se «obligan» a intentar querer o permanecer con familiares solo por la presión y por, quizás, el que dirán. Frases como ¿cómo no vas a querer a tu madre si es la mujer que te ha traído al mundo? o ¿cómo no vas a querer a tu padre si padre no hay más que uno? son frases que se sueltan muchas veces desde posiciones donde o bien no se plantean estas circunstancias pues a ellos, afortunadamente, no les sucede o simplemente tienen unos patrones de pensamiento diferentes a los de la otra persona (respetables ambos).
Algo que creo que todos tenemos claro y que es importantísimo tener en cuenta es que la familia no se elige. La familia digamos que nos “toca”. Alguna personas tienen mucha suerte y otras, todo lo contrario. Se podría decir, en términos simplistas, que la familia es una lotería.
La familia es importantísima en la infancia porque, como ya comenté en mis artículos “heridos en la infancia” (parte 1 y parte 2), son de las personas que nos rodean de quienes nos “alimentamos” para crear nuestra personalidad. Esas personas son las que nos han “tocado” y no tenemos mucho poder de decisión por nuestra edad y circunstancias.
Cuando somos adultos adquirimos una capacidad muy importante; la de elección. Poder elegir en nuestra vida es fundamental ya que nos permite alejar aquello que nos daña y elegir aquello que nos hace bien. Pero ¿y si aquello que nos daña es una madre, una abuela, un padre, o un tío? ¿debemos quedarnos junto a esa persona solo por que así nos “toco”? ¿debemos cargar con esa mochila que ni tan si quiera elegimos? ¿si no elegimos esa mochila por qué nos sentimos tan culpables al desear no llevarla? Pueden parecer preguntas de fácil respuesta, pero, por desgracia, no lo son. De hecho, responder a todas ellas daría para muchos artículos.
Cuando una persona nota que no solo no quiere, sino que incluso odia a un determinado familiar, suele experimentar una culpa porque en él o ella se crea una ambivalencia importante entre lo que, supuestamente, debería y lo que realmente quieren (o sienten).
El amor, el cariño o el respeto son cosas que se ganan, jamás se exigen. Esto es valido para el trabajo, los amigos y por supuesto, la familia.
Para mí lo más importante aquí es respetar a mis pacientes y es lo que pido desde estas líneas a todo aquel que quizás algún día escuche frases como “odio a mi padre” para que antes de juzgar ese comentario se detenga un segundo a pensar por que una persona puede llegar a odiar a alguien que, de primeras, fue una de las personas que cimentó su vida y que, por tanto y basándonos en el sentido común (que no necesariamente en la realidad) lo deseable seria que se hubiese sentido querid@ y protegid@.
Una frase que yo repito mucho y que, muy probablemente volverá a salir en alguno de mis artículos es la siguiente: “Antes de juzgar el camino del otro ponte en sus zapatos”. Juzgar a los demás desde nuestros zapatos y desde nuestro propio camino es algo irreal y, sobre todo, injusto.
En estas fechas navideñas donde no para todos reunirse con la familia es maravilloso y donde en muchas personas resurgen problemas, lágrimas y dolor quiero deciros que os respetéis ese dolor, que no os culpéis por su existencia y que, si es posible y lo deseáis lo trabajéis junto a un buen profesional para que poco a poco desaparezca y podáis, simplemente, construir vuestra propia vida.