Comunicación asertiva

¿Por qué me cuesta tanto ser asertivo?

La comunicación asertiva en las relaciones interpersonales es algo sobre lo que cada vez se trabaja más, hay libros enteros dedicados a ella e incluso ya la hemos mencionado en alguno de nuestros artículos previos. Sin embargo, aunque entendamos la teoría de lo que implica ser asertivo, ponerlo en práctica no resulta tan fácil.

¿Por qué ser asertivo supone un alto esfuerzo cuando objetivamente es algo beneficioso para nosotros?

Dependiendo de nuestra personalidad, estaremos más cómodos y tenderemos más a uno u otro de los dos extremos del espectro de la asertividad: el agresivo o el pasivo.  En el post de hoy hablaremos sobre este último, y cómo la finalidad de este estilo de comunicación, la evitación del conflicto, acaba siendo el origen de un enorme malestar interno que pone en riego el equilibrio de la relación a medio plazo.

Moverse a través de la línea de la asertividad y encontrar el equilibrio para cada situación no es tarea fácil. Es muy común cuando nos encontramos ante algo que nos enfada que nuestra mente se cargue de razones para argumentar que no decir nada, dejarlo pasar o quitarle importancia es lo más adecuado. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, es el huir de la incomodidad o ansiedad de la confrontación el argumento de más peso para quedarse callado.

Nos causa tal malestar pensar en las posibles consecuencias que tendrá el hablar sobre nuestras necesidades o emociones respecto a un suceso que preferimos “tragar” con lo incomodo de la situación y lidiar con ello de manera individual. No obstante, y como bien representan los dibujos animados infantiles, en muchas ocasiones, quien traga y traga sin desahogar al final explota. Esta explosión puede ser hacia los demás, una vez que la paciencia se ha consumido y solo queda ira hacia el otro (así que el conflicto que intentábamos evitar sale en unas dimensiones de no retorno.) O bien puede ser hacia uno mismo en forma de estados emocionales intensos (como la ansiedad) y posibles somatizaciones.

¿Por qué, aun sabiendo esto, nos sigue costando tanto comunicarnos?

En muchas ocasiones, el miedo a las consecuencias de expresarnos puede ser muy intenso ¿qué pasa si le digo esto y se enfada conmigo? ¿si me da una mala contestación? La manera más fácil de acallar estas dudas es el no hacer nada al respecto: si no hablo sobre lo que me molesta todo sigue su transcurso normal y no tengo que preocuparme por los “y si”. Es este alivio momentáneo de la ansiedad lo que nos mantiene enganchados a la comunicación más pasiva, ya que esa explosión final de emociones sobre la que hemos hablado antes parece un evento muy lejano y, por tanto, una consecuencia que en el momento presente ni se atisba.

Los beneficios de la comunicación asertiva

Para trabajar sobre esto y dar fuerza a la parte más asertiva de nosotros mismos, me gusta plantear los beneficios de la comunicación de nuestras necesidades enfocándome en los tres elementos que componen una relación: nosotros, el otro y el vínculo.  

Nosotros. A nivel individual, y dentro de los motivos por los que optamos por evitar el conflicto, solemos guardarnos las cosas que nos molestan o las necesidades que tenemos bien por dos razones: la primera es porque pensamos que nuestra gestión interna va a ser suficiente para lidiar y solucionar el problema, que nuestras habilidades son suficientes para controlar aquello que nos afecta. La segunda reside en la anticipación de una posible respuesta decepcionante por parte del otro no le voy a decir nada porque no me va a contestar como yo quiero” “sus respuestas nunca son lo que espero”. Es por esto que cuando trabajo la asertividad y el conflicto siempre pongo el objetivo en uno mismo, comunicar como ejercicio de autocuidado y regulación. Comunicamos para evitar la acumulación de malestar y no esperando que el otro me salve, porque su respuesta siempre es incontrolable y lo más probable es que NO cumpla las expectativas de lo que quieres o deseas. Cuando comunicamos nosotros tenemos el control sobre cómo lo hacemos y qué decimos, estamos eligiendo qué hacer con nuestro malestar, pero no podemos controlar que el otro este de acuerdo con nosotros ni de lo que hace con esa información.

Dos personas comunicándose asertivamente

El otro. En otras ocasiones, no comunicamos nuestros conflictos con intención de “cuidar” a la otra parte: “es que es muy sensible esto solo le afectaría más” “está sobrepasado en el trabajo, no va a entenderlo”. No obstante, y volviendo a resaltar la complicada tarea del equilibrio entre el comunicar y la manera y el momento de hacerlo, el intentar cuidar al otro no hablándole sobre lo que necesitamos le quita la capacidad para elegir qué hacer con esa información. El poder decírselo en cierta manera también implica que consideramos al otro lo suficientemente capaz como para que se haga cargo de situaciones que no son del todo agradables y le atribuimos esta confianza de responsabilizarse de su parte de la relación, igual que lo hacemos nosotros. Repetir que esto no implica que responda como nosotros queremos que lo haga, pero al menos así le estamos dando la opción de que pueda generar un cambio.

El vínculo. Personalmente de los tres este es el que considero que más ansiedad genera, ya que la pérdida del afecto o la relación es un miedo que todos como humanos tenemos y algo que generamos desde pequeños, ya que vincular es pura supervivencia. Sin embargo, desde una posición terapéutica, el comunicar el conflicto o aquello que necesitamos es otra manera de cuidar la relación. Si tenemos una discusión con un amigo, una situación que se repite que nos molesta o una necesidad en esa amistad que no vemos cubierta, a la larga, nos va a dejar de apetecer quedar con ese amigo, ya que, como hemos hablado antes, este tragar y tragar al final se acumula. El poder comunicar estas necesidades significa poder sobreponernos a lo incomodo del momento para poder salvar el vínculo a largo plazo. Significa que valoramos lo suficiente la a la otra persona para asumir este mal rato por una relación que merece la pena mantener.

Son estos motivos con los que contrargumentar a la vocecita de nuestra cabeza que nos dice que callarnos siempre es la mejor opción, porque efectivamente, es la opción más cómoda, pero no es el camino hacia nuestro bienestar y el de la relación.

Articulo escrito por Julia Castillo Sáez, miembro del equipo de PsicologiaCGM.

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